LIBROS
Por Julieta Martínez
Beya (2013) es la voz de una mujer que perdió cada segundo y rincón de su libertad y se reinventa una realidad para justificar una vida robada y puesta al servicio del abuso. Inspirada en la bella durmiente, la escritora y periodista Gabriela Cabezón Cámara escribió esta novela en 2012 y luego fue transformada en novela gráfica con el aporte de Iñaki Echeverría en 2013. La obra relata la historia de una víctima de la trata sexual en el conurbano. Esta inspiración y comparación con el famoso cuento infantil se puede trasladar a Beya en el sentido de que ambas mujeres son atadas a una misma cama patriarcal sin poder escapar, completamente pasivas y presas de una maldición.
A través de la protagonista, bautizada en el prostíbulo por sus secuestradores como Beya Durmiente, se presentará ante nuestros ojos un cruel relato sobre el mundo de la prostitución, la violencia desmedida y el deseo constante e inalcanzable de libertad. Beya se olvidará del dolor y del sufrimiento, inicialmente sometiéndose a drogas y sustancias para poder escapar de lo que estaba viviendo, pero luego convertirá su esperanza en un mensaje divino, en la furia contra Dios. La crudeza y convicción del relato resulta atrapante y estremecedora.
La novela está narrada en segunda persona del singular generando así una empatía con el lector y mezclando un lenguaje coloquial, con retazos de metáforas adheridas a despojos de un cuerpo violenta hasta sus propios extremos. Así, toma lugar una voz de autora que establece un efecto subjetivo de escritura, una protección del personaje, una justicia social y una política literaria. Desde ese lugar, se propone entradas y salidas a diferentes dimensiones, como el acceso a la creencia religiosa o la comparación con distintas tradiciones y momentos de la historia cultural, como El Matadero de Esteban Echeverría, relato que da inicio a la literatura argentina y con el cual retoma el lugar del cuerpo considerado como una mercancía, un pedazo de carne en venta.
A Beya la “hicieron carne a fuerza de golpe y pija”. Quisieron borrar sus recuerdos, deseos y voluntad, quisieron hacer que esa mujer que existía antes del prostíbulo desapareciera para siempre sin dejar rastros. Con las violaciones, las drogas y las humillaciones que le provocaron, sus secuestradores buscaron domesticarla. Aun así, ella tiene un rincón apartado para el odio, al que alimenta con la fantasía de la gestación de un hijo; y otro en donde recuerda lo bueno y divino, viéndose a sí misma elevada como una virgen. En este sentido, el texto está lleno de indicios religiosos y metafóricos.
A lo largo del relato desfilan varias figuras de poder, como policías, jueces y sacerdotes. Ellos mismos son los clientes y al mismo tiempo cómplices de esta esclavitud del cuerpo, controlándolas y castigándolas a través de golpes y drogas. De esta manera, el cuerpo de Beya es decididamente un territorio de imaginación biopolítica. Gabriela Cabezón Cámara recuerda las consignas generadas por los movimientos de Madres y Abuelas que se resumen en el “aparición con vida” y en su corriente actual hacia los reclamos de verdad y justicia de todas las víctimas de trata.
Esta novela tiene una fuerza propia que va detrás de una verdad que es humana, social y política. El cuerpo de nuestra protagonista está presente en el mundo, pero de otra manera para hacer de la literatura actual una vez más otra referencia de la política con sonidos propios.
La realidad supera a la ficción, pero en esta ocasión, la ficción nos despierta, nos abre los ojos y es allí que las palabras, las imágenes, incomodan e invitan a actuar.